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27 abr 2010

Cadena de favores



“Lo único que tienes que hacer es devolver este favor a otra persona que lo necesite.”

Esa era la filosofía de la cadena de favores que proponía un niño en una película del mismo nombre, que si no has visto, es ampliamente recomendable.

Hacer un favor a otros, es en verdad una oportunidad para devolver lo que tanta gente cada día hace por ti, una forma interesante de devolver estos favores es por medio de las labores sociales.

Una labor social, no es pura filantropía, es decir no es simplemente "ayudar a otros por lo buena persona que soy", hacer labores sociales va mucho más allá, pues demanda generosidad y amor por los demás, por que exige tiempo, esfuerzo y muchas veces (las menos) también dinero, y generalmente lo œnico que se recibe es una sonrisa, que es el valor más importante.

Existen diferentes formas en que tú como persona joven puedes contribuir a las labores sociales, una forma muy concreta y profesional es a través de los voluntariados, que son grupos de personas que ayudan a los más necesitados (enfermos, pobres, gente en situación de calle, marginados, etc.) ya sea visitándolos, haciendo donaciones, etcétera, sin embargo, lo más importante de esta cadena de favores es ayudar a la gente a que salga de su situación de marginación para que pueda ayudar a otros.

Ahora bien, a veces no tenemos tiempo para integrarnos a este tipo de labores altruistas, sin embargo podemos ser parte activa de la cadena de favores, cuando escuchamos a un amigo, compartimos nuestra comida con algún niño que nos limpia el parabrisas, devolvemos una sonrisa a un payasito de la esquina, colaboramos en las labores de nuestra casa, en fin... la cadena de favores, no es exclusiva de una situación determinada, más bien es una decisión personal por contribuir a la mejora social y por ende personal.

10 abr 2009

Con prisas

Era viernes por la tarde. Llegaba tarde como siempre. Advertí que había un señor a un lado de la calzada, inexplicablemente parado. Iba a pasarlo en un eslalon perfecto cuando de repente cobró vida y me dijo:
-Perdona,¿ Podrías acompañarme hasta mi casa?, esta un poco más allá-.
Podría no contestar, señalar mi reloj, encogerme de hombros y decir...
-Claro-suelta mi boca-.
El señor sonríe y se agarra a mi brazo confiadamente, o más bien, desesperado.
-Es que padezco una discapacidad y me robaron el bastón mientras iba al baño-aduce enfadado-.
Asiento sin saber muy bien que hacer. Entonces, el hombre empieza a contarme sus cosas, como si fuera un viejo amigo.
Está divorciado, padre de siete hijos y es presidente de la comunidad de vecinos.
-Si necesitas algo o tienes algún problema, sólo tienes que decírmelo-.
Yo, que no me veía pidiendo favores como en el padrino, vuelvo a asentir, aunque ya no miro la hora.
Al fin, a metro por segundo, llegamos a la puerta, incrustada en las paredes, sosas y blancas.Al despedirnos, me agarra fuertemente mi brazo.
-Esta noche, rezaré por ti y para que todo te vaya bien.
Una vez renaudada mi carrera y a ritmo de plusmarca mundial, me siento mucho mejor y me pregunto por qué a la gente le cuesta tanto hacer ese tipo de cosas, que tanto necesita esta sociedad. Porque ese hombre que vive a veinte metros de su casa. ¿Habría llegado?